La tradición cuenta que la tumba en la que fue enterrado el Apóstol Pedro, después de ser crucificado, estaba justo aquí, en el punto más alto de la colina vaticana, donde en el siglo IV el emperador Constantino decidió construir su basílica, la primera dedicada a la memoria del santo.
Durante la Alta Edad Media este lugar de culto se convirtió en el principal lugar de peregrinación de Occidente, hasta que en 1506 el Papa Julio II decidió demolerlo para dar paso a un templo más grande y rico.
Los más grandes maestros de la historia se alternaron en el diseño de esta imponente basílica: Donato Bramante, Rafael o Miguel Ángel hasta que en 1629 Bernini terminó la decoración interior de toda la iglesia dándole su aspecto actual.